Explosiones en Cali, un fiscal coordinante asesinado en Fusagasugá, ataques terroristas en Cauca, un ataque contra un candidato presidencial en Bogotá. Todo esto en menos de una semana. ¿Están conectados? No lo sabemos. Pero es imposible no preguntar qué está pasando.
No estoy interesado en repetir el número de izquierda o derecha. Estoy interesado en Colombia. Estoy interesado en comprender por qué volvemos en lo más básico. Vemos por el pasado. Si no hay dinero para la salud, para la seguridad, si no hay estrategia, si no hay liderazgo. Entonces, ¿qué queda? Disertaciones, violencia política, instituciones que no previenen ni reaccionan.
La violencia sube mientras el país discute páginas, ideologías, odio. En lugar de unión, más división. Al mismo tiempo, seguimos siendo titulares, como en Argentina esta semana: no para la cultura o el rendimiento, sino para la sangre.
Esta no es una anécdota. Es un patrón. Y lo más serio no es solo que la violencia regrese. Lo normalizamos. El país de origen duele. Porque lo rompen de nuevo. Y esta vez, sobre todo.